Cuento: Un encuentro con Aristóteles
Un encuentro con Aristóteles.
Por Selene Alvarado
Iba
yo por la orilla de la playa concentrada en mi andar, entretenida con la
impresión que dejaban mis huellas sobre la arena humedecida. Observaba como en
un instante daban cuenta de mi andar, de mi presencia y como luego eran
desvanecidas por el agua tibia y salada que llegaba a la orilla. Recordé las
enseñanzas de Heráclito y de Parménides, el ser y el no ser, de aquello que
llamaban physis y del eterno devenir de nuestra existencia en el mundo.
“Todo siempre cambia” me decía, y me angustiaba pensar que no podemos
aprehender nada en la vida, ni siquiera nuestros propios pasos. Embargada por
un extraño asombro, evoqué a Sócrates y a Platón e intenté probar su método
dialectico con mi solitud para ver si acaso podría, como ellos, sacar alguna
verdad, es decir, algo que por necesario fuera siempre, y así calmar mi vértigo
existencial. ¿Por qué no puedo atrapar
nada? ¿Por qué no puedo estar segura de nada?
En
mi caminar de pronto algo se me actualizó. Noté otras pisadas que iban por
delante de las mías. Por su largo y ancho, deduje que se trataba quizá de un
hombre, y levanté la mirada para averiguar a quién le pertenecían. Mis ojos se
encontraron efectivamente con un hombre vestido peculiarmente, vestía una
finísima túnica y el sol echaba luz sobre sus cabellos canos y su cuerpo
fuerte. Reconocí sus vestiduras y no di crédito a lo que veían mis ojos, ese
hombre parecía un antiguo griego. Apresuré mis pasos para ver su rostro y,
atónita, descubrí que era Aristóteles. Lo reconocí de inmediato porque siempre
me pareció más guapo que Sócrates y Platón, y porque me había grabado su rostro
a la perfección. Emocionada me puse delante de él y le pregunte: ‘disculpe
usted ¿acaso usted es Aristóteles?’ Mi presencia y mi pregunta parecían
incomodarlo, y con cara de asombro dijo: ‘¡Por Zeus! ¿Pero qué idioma estoy
hablando? ¿Cómo puede ser posible que entienda su extraña lengua? Esto
definitivamente no es griego’. ‘Maestro, si me permite llamarle así, el idioma
que estamos hablando es castellano, pero si tiene la necesidad de expresarse en
griego usted lo puede hacer, estoy estudiando filosofía y conozco algunas
palabras como nous, eudemonía, logos, thelos, theos, theorein y un par
más’.
Aristóteles
se detuvo en seco y me cuestionó: ‘señorita ¿acaba usted de decirme que estudia
filosofía? ¿Cómo que estudia filosofía? ¡La filosofía no se estudia! ¡La
filosofía es una actividad del hombre libre! ¡Es el bios más incesante,
autárquico! ¡Es la forma de vida en la cual el hombre se acerca a lo divino, al
Theos que se incluye en la naturaleza! ¡Es ciencia apodíctica! Estudia
al ente en cuanto ente. ¡La consagración de una vida destinada a la filosofía
es lo que nos otorga la más suprema felicidad! ¿Acaso ya permiten estudiar a
las mujeres? Por los dioses ¿a quién se le ocurrió tal barbaridad?’.
Su
reacción me dejó con la sangre encendida y desde mi orgullo herido le respondí:
‘Sepa usted maestro que estamos en el Siglo XXI y que, efectivamente, a las
mujeres ahora se nos permite estudiar filosofía, y déjeme decirle que usted
tiene responsabilidad en ello, ya que le recuerdo que fue usted mismo quien
estableció la filosofía como un saber al que no solamente le dio un objeto de
estudio, sino que también le definió como un método. Y cómo ahora van las
cosas, creo que es usted el que tiene que explicarse, por lo que le pido que
domine sus emociones y me permita interrogarlo. La humanidad lo reconoce como
uno de lo más grandes sabios griegos y yo también lo hago, mi interés es
entender su obra filosófica y le pido por favor que no desestime mi interés,
estoy segura de que nadie mejor que usted puede instruirme en el ejercicio de
la filosofía ¿acaso esa no es la actividad del sabio? ¡Y quién sabe! ¡Quizás
resulte yo mejor discípulo que Alejandro!’.
-Le
voy a permitir interrogarme, señorita, y no lo hago porque me
tenga que explicar, sino porque, por mi carácter de pensador, tengo un deber
con la verdad y más vale que deje las cosas claras antes que mujeres como usted
tergiversen el conocimiento.
-¡Le
agradezco la deferencia, maestro! Y me gustaría preguntarle: ¿por qué dice
usted que la filosofía no se estudia?, acaso, ¿no es un modo de saber y, por
modo de saber, entonces es enseñable?
Aristóteles
se aclaró la garganta y prosiguió: ‘en efecto, es un modo de saber. En la
Grecia en la que yo vivía y dónde las mujeres no andaban metidas en estos
menesteres, existían diferentes tipos de conocimiento, a saber, la Tékhné,
la Phrónesis, la Épisteme y la Sabiduría. ¿Sabe usted de lo que le
hablo?’, me inquirió. Apresuré a contestarle, ‘¡Claro que sí! La Phrónesis es
la habitud acerca de lo bueno y de lo malo para el hombre. La Épisteme, es
lo que ahora nombramos ciencia, es decir, la habitud de la demostración que
consiste en hacer que el objeto muestre de sí el momento del qué y el por
qué le compete necesariamente una propiedad’. ‘¡Vaya, al menos sabe algo!’,
exclamó el griego. ‘Pero maestro —insistí— si su intención era demostrar los
principios de por qué es cada cosa, ¿no se agotan esos mismos principios
en el saber de la Épisteme? ¿Para qué establecer otro tipo de
conocimiento como la sabiduría?’.
-Veamos
—contestó Aristóteles, frunciendo su seño, respirando fuertemente y dirigiéndose
a mí—. La sabiduría además de ser Épisteme también es Nous, porque
los principios básicos de cada cosa no pueden obtenerse por demostración, a
esos principios sólo podemos acceder a través de una visión que es también una intelección
que llamamos razón. El objetivo de la intelección es llegar a los supuestos de
la cosa misma que constituyen la base de su necesidad apodíctica. La
demostración de la ciencia es limitada en doble línea porque es lógica y real,
y porque no nos puede dar un principio necesario. Si ese principio fuera
inmutable y necesario todo sería analogía de todo multiplicándose hasta el
infinito, y eso no puede ser. Recuerde que la verdad se corresponde en decir el
Ente es y el No-Ente no es.
-Maestro,
usted me está hablando en griego, le entendí la mitad, pero no me quiero
detener mucho en ello porque desde hace rato me he percatado que mientras se va
poniendo el sol usted se va desvaneciendo, y antes de que desaparezca me
gustaría hacerle una última pregunta ¿por qué dice usted que la filosofía es el
modo de actividad del hombre bueno?, ¿acaso los filósofos por ser filósofos son
buenos? Además, ¿por qué dice que nos da la felicidad? Créame que los filósofos
han demostrado ser los seres más atormentados, usted no los conoció, pero no sé
si alguna vez Nietzsche, Schopenhauer o Cioran fueron felices o buenos.
-No
sé de lo que me habla, señorita, y no tengo idea de quiénes hayan sido esas
personas, pero para el griego helénico la filosofía representaba la forma de
vida más incesante, el bios más enérgico. El Theos de la vida
teorética es otium y no negotium.
Representa la libertad porque se basta así misma y su objeto de estudio es el
más noble, ya que trata de las cosas más supremas, a saber, las cosas del nous. La filosofía es un saber que se busca así
mismo.
-Maestro,
para ver si comprendí algo de su lección… ¿Diría yo verdad si digo que para
usted la filosofía es una actividad del hombre pleno y libre, además de ser el
único conocimiento que se basta así mismo?, ¿mentiría si dijera que para
Aristóteles la filosofía es la ciencia del Ser enmarcada en un horizonte de
totalidad?, ¿entendí bien que su obra trata de la búsqueda de lo más universal
en lo más particular y eso quiere decir que trata del estudio de las cosas en
cuanto son por sí mismas y en relación con las demás?
-Dice
usted muy bien, para ser mujer demostró sagacidad. Sin embargo, ¿en dónde deja
lo divino, el Theos, en esta definición? ¿Por qué no dice que la
filosofía es la actividad que nos acerca a la divinidad, aquella que nos brinda
la inmortalidad?
-¡Híjole,
maestro! Ha tocado usted un punto álgido, en la actualidad la filosofía es
ciencia para ateos, la metafísica, como ahora le llaman a su filosofía primera,
es tratado para ingenuos. El panteón olímpico y sus mitos ahora son tratados
como puros cuentos. En la actualidad se han tomado muy en serio la expulsión de
los poetas de la República de Platón. Las grandes obras poéticas de
Homero y de Hesíodo se estudian ahora como literatura y no tienen valor
filosófico.
Al
terminar mi planteamiento un Aristóteles menos nítido y más envejecido con una
voz solemne me dijo: ‘cuando más solitario y abandonado a mí mismo me he
encontrado, me he vuelto más amigo del mito’. Después se desvaneció por
completo. Desesperada le supliqué que no se fuera.
-¡Maestro,
por favor regresé? ¡Qué quiere decir que un filósofo como usted sea amigo del
mito!
La noche cayó y encaminé mis pasos hacia a la ciudad. Al pisar el duro y frío
concreto de las calles pensé que lo que no es negocio es la búsqueda del
conocimiento, entre más uno busca saber, menos entiende de nada. ¡Menuda vida
del filósofo!
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